Condiciones de trabajo y salud obrera: la Federación Gráfica Bonaerense a comienzos del siglo XX

Pablo Ghigliani[1]

Más allá del salario: las demandas por salud

“Hasta el presente únicamente nos hemos ocupado de no trabajar más de 8 horas diarias y el aumento del sueldo, dejando a un lado la cuestión más primordial, que está relacionada íntimamente con nuestro físico: la higiene en los talleres”, afirmaba en agosto de 1907, El Obrero Gráfico, periódico de la flamante Federación Gráfica Bonaerense (FGB), que nucleaba desde el mes de mayo a todas las sociedades de resistencia de los distintos oficios que en ese entonces conformaban la rama. Esta organización era un fruto de la huelga gráfica de 1906, que había culminado con dos importantes novedades: un acuerdo que incluía mecanismos de renovación periódica y una Comisión Mixta Permanente para velar por su cumplimiento. Envalentonada por sus logros, la FGB prometía ahora avanzar sobre una cuestión cada vez más candente en la época: las condiciones de trabajo y la salud.

Desde mediados del siglo XIX, el higienismo permeó las políticas públicas de nuestro país. La creación en 1880 del Departamento Nacional de Higiene (DNH) fue, quizás, la cristalización institucional más visible de la tendencia a promover la prevención y la fiscalización de las políticas dirigidas a la conservación de la salud de la población. El desarrollo del higienismo  comprendía en la práctica un vasto campo de acción que iba desde la limpieza de calles y mercados públicos hasta el alumbrado y la purificación del agua, pasando por la propagación de vacunas y la inspección de la calidad de los medicamentos y los hospitales. En este nuevo contexto, las autoridades comenzaran a prestar atención a los males de la industrialización repetidamente denunciados por un movimiento obrero en franco proceso de organización. Para fines del siglo XIX, el DNH describía ya las inadecuaciones de las instalaciones fabriles como un peligro para las poblaciones obreras. Sus inspectores, y desde 1907 los del Departamento Nacional del Trabajo (DNT), informaban regularmente sobre las pésimas condiciones de higiene de los talleres fabriles: baños paupérrimos; mala calidad del agua; falta de luz y ventilación; hacinamiento del personal, los materiales y las máquinas.

El vacío legal existente facilitaba la renuencia de los industriales a invertir en seguridad. Las iniciativas reformistas solían quedar en la nada. Tal el caso, por ejemplo, del proyecto de Ley de Higiene y Seguridad en las Fábricas y Talleres de 1914 que reunía una serie de disposiciones generales, y disposiciones específicas para ciertas industrias, entre ellas, las imprentas de diarios y los talleres tipográficos. Los casos exitosos confirman la regla: hubo que esperar trece años y doce proyectos para la sanción en 1915 de una ley de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales. No sorprende entonces, el irónico título, “Talleres modelos”, de una nota de denuncia publicada por El Obrero Gráfico en 1918: “Modelos en inmundicia son ciertos talleres en los cuales se nos explota y que más bien merecerían la denominación de verdaderas catacumbas modernas, en donde nos envenenamos pagando así nuestra contribución a la tuberculosis. Pero conformémonos; estas ratoneras sin aire ni luz y esos rincones, que más que talleres parecen depósitos de desperdicios, constituyen los cimientos del enorme edificio industrial del que tanto se enorgullecen los ricos”. 

Para los gráficos la salud era una preocupación diaria debido a la alta incidencia del saturnismo, una enfermedad causada por la excesiva proporción de plomo en sangre, que afecta a los sistemas digestivo, nervioso y respiratorio, y que puede conducir a la muerte. Por ello, el insistente reclamo de la FGB para que las empresas suministraran máscaras, un litro de leche diario y la colocación de mecanismos para mejorar la circulación del aire contaminado por las emanaciones de la fundición de plomo, en particular, en las secciones de linotipia, rotograbado, aerografía y dorado. No obstante, sin organización en las plantas, el reclamo rara vez prosperaba. En 1916, una empresa líder del sector como Fabril Financiera, sólo consintió la entrega de máscaras y guantes tras la presentación de un petitorio por las trabajadoras de la sección aerografía que pintaban los almanaques. Si este era el caso en las empresas millonarias, en los pequeños talleres reinaba la precariedad más absoluta.

1928-1930: movilización y conquistas en materia de salud y seguridad

La progresión de las reivindicaciones de la FGB sufriría un parate tras la derrota de la huelga de 1919 por la reducción de la jornada laboral en la rama. Habría que esperar hasta 1928, para que el gremio fuerce la reanudación de la negociación colectiva, vuelva a plantear las seis horas para linotipistas, y obtenga la provisión obligatoria de mascarillas y leche en las secciones insalubres, junto a la histórica conquista de igual salario por igual tarea para hombres y mujeres.

Pero fue la sanción de la ley 11.544 en septiembre de 1929 lo que permitió que la FGB, y otra organización del sector, la Unión Linotipista, Mecánicos y Afines, retomaran la iniciativa. La ley contemplaba en su articulado la reducción de la jornada en los “lugares insalubres en los cuales la viciación del aire o su compresión, emanaciones o polvos tóxicos permanentes, pongan en peligro la salud de los obreros ocupados”. En forma inmediata, el gremio solicitó al Poder Ejecutivo que las secciones que manipulaban plomo fueran declaradas insalubres.

En marzo de 1930, con la reglamentación de la ley, se puso en marcha la movilización para obtener la jornada de 6 horas en las secciones de composición, rotograbado, dorado y plateado. La respuesta empresaria no se hizo esperar. En el mes de abril solicitaron formalmente al Ministro del Interior que el reclamo obrero sea desatendido. Argumentaban que sus talleres cumplían con las condiciones de seguridad necesarias para garantizar la salubridad del personal. No obstante, algunos industriales comenzaban a ceder a la presión obrera reduciendo la jornada en las secciones requeridas. En el mes de junio, para contener el incipiente desbande del frente patronal, las cámaras empresarias decidieron aceptar la reducción horaria pero con rebaja proporcional de los salarios. Como consecuencia, la FGB  declaraba la huelga en las ramas insalubres de toda la industria desde el 16 de julio. Las batallas decisivas del conflicto se librarían en las grandes empresas del sector (Peuser, Kraft, Rosso y la Fabril Financiera), las que recurrieron a la policía tanto para detener centenares de activistas como para proteger a sus rompehuelgas. El colectivo obrero, por su parte, organizó sus fuerzas mediante comités de huelga –los que cumplieron un papel clave durante todo el conflicto–, la solidaridad y la recolección de fondos para sostener financieramente a los huelguistas, y por último, el boicot a los productos de las empresas más recalcitrantes. En el mes de octubre, la resolución favorable del DNT, ratificando la necesidad de reducir la jornada con igual salario, marcó el principio del fin del conflicto, que habría de extenderse hasta diciembre a causa de los talleres que resistían la decisión y de aquellos que se negaban a reincorporar a los huelguistas despedidos.

Palabras finales

La obtención de las primeras conquistas en materia de salud y seguridad del gremio fueron el resultado, primero, de la organización de las trabajadoras y los trabajadores, y segundo, de la capacidad táctica para presionar al estado aprovechando las coyunturas propicias para enfrentar la codicia y la argucia patronal. Pero además, estas luchas tempranas, y tantas otras, fueron la base sobre la que se fue erigiendo en el gremio un entramado ético y moral que denostaba la utilización del cuerpo como mercancía para consumo y desecho de la producción capitalista, mientras valoraba positivamente la solidaridad, el cuidado de la salud y el tiempo libre. Este legado es de absoluta actualidad.

Materiales recomendados

  • Bil, Damián (2007) Descalificados. Proceso de trabajo y clase obrera en la rama gráfica (1890-1940), Buenos Aires: Razón y Revolución.

[1] Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (IdIHCS – CONICET / UNLP). Integrante del Colectivo Historia Obrera.  

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